Érase una vez una estrella del cielo que se preguntaba cómo sería caminar sobre el planeta al cual ella iluminaba cada noche, o cómo sería caminar o sentir la brisa sobre su piel. Así que le pidió al Hada de la Luna que por un sólo día la transformara en pájaro para poder sentir la libertad de volar en el firmamento, de disfrutar de la belleza de este planeta y de sentir la tierra bajo sus pies.
El Hada de la Luna le concedió su deseo y la primera sensación que tuvo la estrella, ya convertida en pájaro, es la de haber perdido su luz, sin embargo, su instinto animal la orientaba.
La estrella-pájaro saboreó por vez primera el placer del vuelo en libertad, el placer de dejarse llevar a la merced del viento, sin batir sus alas, simplemente, manteniéndolas desplegadas e inmóviles para entregarse a los caprichos del movimiento de la corriente del aire. El ahora pájaro supo lo que era atravesar una nube y sentir la agradable sensación de la calidez de los rayos del sol envolviéndole su alma animal.
-¡Uy! Puedo cantar –dijo la estrella-. ¡Qué trino más cautivador y melodioso sale de mí!
Y con su hermoso cantar, el entonces convertido en pájaro, recorrió sin parar de cantar y piar las colinas y los valles, mientras se dejaba seducir por la belleza natural de nuestro planeta.
Un pájaro de bello plumaje se acercó a él y le pidió si podían compartir vuelo en aquella aventura y ambos siguieron surcando los cielos. También encontraron otros pájaros en su camino.
Los dos pájaros empezaron a sentirse sedientos y se posaron cerca del río para saciar su sed.
¡Qué ligera, escurridiza y cristalina le pareció el agua al pájaro! La saboreaba y la miraba maravillado. Desde el universo era imposible disfrutar de la sensación de frescura del agua.
El otro pájaro le preguntó el porqué de tanta sorpresa y expectación por algo tan normal como el agua, pero no obtuvo respuesta.
Siguieron volando y empezó a llover una fina lluvia. Las diminutas gotas atravesaban sus plumas y llegaron a su piel. Un escalofrío recorrió a la estrella convertida en pájaro.
-Parece que estás temblando –le dijo su nuevo y único amigo en la tierra-. No entiendo porque te afectan tanto unas simples gotas de lluvia… Pero, de nuevo, sin respuesta.
Los pájaros siguieron volando y la lluvia cesó. El arco iris presidió el cielo y, de nuevo, el pájaro se quedó fascinado ante la belleza de la sublime combinación de colores que vestía el firmamento.
-¡Oh, qué bonito! –exclamó.
-Sí, a mí también me gusta –le dijo su amiguito- pero no grito de satisfacción cada vez que lo veo. Cualquiera diría que no eres terrícola- afirmó. De nuevo, sin respuesta.
-¿Vamos al nido? –le preguntó- ¿Por qué no respondes? ¿Dónde está el tuyo?-.
De nuevo, sin respuesta. Simplemente, siguieron volando. Se dirigieron a un paraje natural donde otras especies de animales pacían tranquilamente en los pastos, mientras se ponía el sol. También vieron algunas casas de campo y cabañas. De pronto, un banco de niebla se asentó en el lugar y un frío húmedo empezó a calarles los huesos. Así que ambas aves debían cobijarse en sus nidos.
-¡Vamos al mío! –dijo el nuevo amigo del pájaro-estrella.
En el nido, se colocaron uno junto a otro para transmitirse calor corporal y esta nueva y desconocida sensación transmitió tibieza y seguridad al pájaro venido del Universo hasta que se quedó plácidamente dormidito…
Lo despertó el Hada de la Luna.
-¿No te acuerdas que debes regresar al universo? –le preguntó el Hada.
-Sí, pero soy tan feliz aquí… –le respondió, mientras su amigo seguía dormido.
-Perteneces al cielo estrellado –le dijo el Hada-. ¿No echas de menos tu luz? –le preguntó.
-Sí, pero aquí puedo sentir el latido de mi corazón y vivo en movimiento con el momento presente que me acaricia el alma –le dijo el pájaro al hada.
-Recuerda que prometiste regresar –le advirtió el Hada de la Luna.
Entonces el otro pájaro despertó y el pájaro-estrella le contó toda la verdad.
-Regresa –le dijo el pájaro al pájaro-estrella-. Yo seguiré volando cerca de ti en el cielo estrellado.
Compartiremos las noches y tú me iluminarás con tu luz estelar.
-No será lo mismo –le dijo triste, el pájaro estrella.
-Bueno, al menos tú siempre estarás ahí todas las noches y tu luz siempre me guiará. Serás mi brújula.
Por la mejilla del pájaro-estrella brotó una lágrima y, de este modo, conoció el amargo sabor de la tristeza. Pero la lágrima empezó a transformarse en luz y la luz fue rodeando al pájaro-estrella el cual empezó a batir sus alas hacia el firmamento, que, amorosamente le esperaba… De pronto, volvió a su forma cósmica originaria y se elevó junto al Hada de la Luna, despidiéndose de su amigo pájaro.
Cuentan que todas las noches un pájaro tras recorrer el cielo, siguiendo a una brújula oculta en algún recóndito lugar, susurra a una estrella un bello trino al alba…